IMAGE: Robert Eliason
Dylan and the Whales: 1
María Baranda
Translated by
Forrest Gander
What sounds are those, Helvellyn, that are heard?
—William Wordsworth
¿Qué son, Dylan, esos sonidos que se oyen
desde el blanco bosque
de tu boca de agua?
¿Qué cal ardiente alimentaste
en tu ciudad de tiempo
ya vacía?
¿Qué piedra arrojó por ti
el grito de ese Herodes de paja y sal
que estremeció tu sangre?
¿Qué santo a punto de caer
ya se desploma entre las vetas cálidas
que desgarran tu herida?
En dirección al mar,
bajo la luz del búho,
está mi vida imaginada
por el poder de un muerto,
precario príncipe a orillas de este cielo,
que me permite hablar al fuego del guerrero,
poder decir mi sombra en la ebriedad del agua
donde nombrar la luz es dibujar la noche,
abrir el cáliz a la razón del alba.
Aquí la muerte mantiene su dominio,
donde alguien, acaso un dios
esclavo de la lluvia,
un olvidado monarca de las cosas,
se abre ávido al silencio de la sangre
en el vértigo y el miedo de la noche
para decir que va, que arde profundo
en las copas de polvo que gotean su sed en el vacío.
Esta es la hora en que conozco la parte rota de mi historia,
fragmento cincelado sobre la fría noche del suicida.
Tiene mi cuerpo una oración enferma
una historia cavada a golpe de la tierra.
Tiene mi cuerpo una oración perdida
bajo la sombra que mendigan los perros y los niños.
Tiene mi vida un festín de cardos en el sueño de su calavera
y una imagen ciega que se recuesta
honda e invencible
en la memoria estéril de los días.
Tengo por ojos dos jardines y por boca
un sol que anuncia la lumbre en la marea.
El campo de mi infancia es ahora
un lugar redondo donde mi corazón
palpita con la sangre de los cerros.
No tengo ya otra luz que la del río
que se aleja hacia el cielo de mis años
bajo el sol
que en la cresta del tiempo resurgiera.
No guardo otra razón sino cantarle
al último Odiseo de los campos, niño feliz
y desbocado como caballo ciego en la pradera.
Vivo a la orilla de los truenos,
donde comer un trozo de pan
es despojar del aire conyugal a las hormigas,
donde decir no tengo nada
es lamer la copa de los valles procelosos,
la memorable ciénega del miedo.
Tengo aquí lo que antes era una muerte sin mí,
una vida honda sin nadie que me diera aire,
cielo, sol o el ímpetu de estar en una sola forma,
abierta claridad inigualable, donde retumba
mi pobre corazón de pez errante entre los hombres
para elogiar el rostro de la lluvia
y la cara recién parida de la tierra.
Aquí se grita amor por decir pobre y se repite
el eco de las piedras y del polvo hasta arrancar
el cielo de los pájaros al día.
Aquí vivir es estar separado de los hombres
tallados en las rocas apacibles
de la mentira y de la carne.
Aquí se dice voz y responde el viento en plena huida,
se dice paz y de una fuente brota aquel rocío escarlata
que oscureció al infeliz nacido en este seco suelo
poblado de lombrices y gente misteriosa
que habla con las piedras
y guarda entre las tumbas
la feliz quietud de sus secretos,
la sintonía exacta de su sangre.
Es una tierra sin color ya desgastada y sin embargo
hay una rana cálida que croa entre los tragos de refresco
en el aliento de los hombres que sudan sus recuerdos,
de los nudos de la ropa que cuelgan las muchachas
y de los niños que se pierden en el polvo
de las bolsas del mandado.
Es una tierra sin piedad donde los hombres cantan
a la razón del alba y las gallinas picotean las nubes
cómplices del bullicio de una tarde.
Aquí la piel de un árbol se bendice
y es la lluvia un despertar para los patos
y es el aire aquel chillido de verdad,
para los papalotes rojos,
en el festín de ser hombre entre los hombres
que siguen a la vida
en la colina pulcra o en la caverna oscura,
acaso siempre donde ella esté,
donde ella diga.
What sounds are those, Helvellyn, that are heard?
—William Wordsworth
What are they, Dylan, those sounds come down to us
from the white forest
of your watery mouth?
What burning lime did you kindle
back in your city made from blanked-
out time?
What stone disgorged for you
the howl of that Herod of straw and salt
who whisked up your blood?
What stumbling saint
already gone, undone among the warm veins
that perforate your wound?
Seaward,
by owl-light
so my life is imagined
by the force of a dead man,
a precarious prince on the sky’s shore,
who gives me leave to address myself to the soldier’s fire,
enables me to pronounce my shadow over the water’s debauchery
where to name the light is to draw the night,
to open the calyx to dawn’s reason.
Here death maintains its dominion,
where someone, maybe a slave
some god of rain,
a forgotten monarch of such things,
eagerly opens himself to blood’s silence
in the vertigo and fear of night
to say that he’s leaving, that he burns deep
in cups of dust in which his thirst drips away inside a vacuum.
This is the hour in which I know
the broken part of my story,
a fragment chiseled on suicide’s chill night.
My body contains a sick prayer,
a story dug from a clout of earth.
My body keeps a lost prayer
under shade beggared by dogs and children.
My life holds a thistle feast
in the dream of its skull
and a blind image that lies down
deepset and invincible
in the sterile memory of days.
For eyes, I have two gardens and for a mouth,
a sun announcing fire in the tide.
The field of my childhood is now
a round place where my heart
palpitates with the blood of the hills.
I have no other light than the river
that slinks into the sky of all my years
under this sun
that, caught on time’s crest, might just reappear.
I cling to no other reason than to sing to him,
to the last Odysseus of the fields, a child happy
and wild as a blind horse in the meadow.
I live on thunder’s lip,
where to eat a piece of bread
is to deprive the ants of their conjugal air,
where to say I have nothing
is like licking the cup of tempestuous valleys,
fear’s unforgettable swamp.
I have here what was once a death apart from me,
a profound life with no one to give me air,
sky, sun or the impetus to remain in just one form,
open unparalleled clarity, where what resounds
is my poor wandering fish of a heart among men
that it might praise the appearance of rain
and earth’s newly birthed face.
Here they scream love to say poor and they iterate
the echoes of stones and dust until finally they uproot
the sky from the day’s birds.
Here to live is to do so apart from the men
whittled into these peaceable rocks
of lies and of flesh.
Here they say voice and the wind just takes off,
they say peace and from a fountain bubbles that scarlet dew
that spills darkness over the luckless born to this arid ground
inhabited by worms and eccentrics
who chatter at the stones
and guard, between the tombs,
the tender quietude of their secrets,
the particular tune of their blood.
It’s a colorless land already worn out and yet
there’s a tepid frog croaking, between sips of soda,
in the breath of men sweating out their memories,
between knots in clothes hung up by young girls
and among children lost in the dust
of grocery bags.
It’s a land without pity where men sing
to reasonable dawns and chickens peck the clouds,
accomplices to the bustling afternoon.
Here the skin of a tree is blessed
and it's the rain— an awakening for the ducks—
and it's the air, that shriek of truth
aimed at the red kites,
in the feast of being a man among men
who chase after their lives
over some tidy hill or inside a dark cavern,
where maybe she can yet be found,
where she speaks.

María Baranda, one of the most important poets of her generation in Mexico, is a powerful presence throughout all of Latin America. Her work received Mexico’s Efrain Huerta and Aguascalientes prizes as well as Spain’s Francisco de Quevedo Prize. Yale University is publishing her Selected Poems, edited by Paul Hoover.
Forrest Gander has translated María Baranda’s book Dylan and the Whales for her Selected Poems, edited by Paul Hoover. Gander’s other recent translations include Then Come Back: the Lost Neruda Poems and Alice Iris Red Horse: Selected Poems of Yoshimasu Gozo: a Book in and on Translation. Gander won the Pulitzer Prize for Poetry in 2019.
Dylan y las ballenas: 8
María Baranda
IMAGE: Robert Eliason
María Baranda, one of the most important poets of her generation in Mexico, is a powerful presence throughout all of Latin America. Her work received Mexico’s Efrain Huerta and Aguascalientes prizes as well as Spain’s Francisco de Quevedo Prize. Yale University is publishing her Selected Poems, edited by Paul Hoover.
He guardado tu máscara de espuma entre mis dientes.
He comido de tu frío cucharón de médula
para probar tu vieja sangre de sepulturero
en un jardín que ya se desvanece.
He aguardado el acecho de tardas naves al crepúsculo
para lamer la sed de los vencidos, el tajo de amargura
que abandonaste con tus zapatos cojos.
Yo te dejé impaciente aquel pellejo blando
arrancado a tu breve piel de niño,
tomé tu cuna como si fuera mi guarida
y fui el pájaro veloz a contratiempo del destino,
la loca sin cadenas que parió alacranes
al escuchar el canto y el temblor de las pequeñas viudas
sin fe y sin hijos. Por ti la mano hundida
en la solapa de la mar refulge entre las grietas
de una constelación fecunda y lejos de los ciegos.
Por ti la luz cansada de expandir
las blancas dunas en la tierra,
tiende su olor de azar para que un día
los náufragos broten de ti bajo las piedras
y puedan ser la voz, única y cuerda voz,
para que venza la edad de quien merece regresar
entre los verdes bulbos de la vida.
Porque lo que ya fue no sigue siendo
en una noche de claros gritos,
cuenca para que un dios trace su aliento
en forma de guadaña y nos conduzca
a ti, a mí y al enemigo,
bajo los párpados de un sol enfermo,
tiniebla y tempestad
entre los labios de una infancia
en que los rostros fueron la cuerda
al hombre y a la bestia,
para saber que sólo fuimos compás
de un tiempo sin tiempo entre dos cuerpos.
Jalar, sólo jalar es lo que clamas, pero hay un pez
en el frío mar de tu agua viva, que te recuerda
lo que eres para él en el festín de un pájaro asesino.
No puedo ver lo que tú ves porque en el miedo
hay una lámpara que se consume en el ritual de ser
un penitente de boca seca,
cuerpo de arcilla que se erige,
para nombrar la paz oscura de los truenos,
el alma del abismo,
y así poder vencer aquel veloz instante de la ciénega
que nos hace sentir que tú, yo, los otros todos
somos un mismo momento único, oscuro y detenido.
Porque yo supe que mi vida
era guardar la blanda sal de la victoria
y caminar entonces por el ácido territorio del silencio
donde mi corazón ardió en la luz
cuerpo tras cuerpo como una nodriza
que amamanta a su jauría de víboras.
Y supe entonces ver en lo distinto y separado del racimo
la fresca quemazón de la constancia,
igual que el mar y sus rastrojos cumple
la edad del día en cada tarde,
así yo establecí en la lumbre
mi hogar y mi ración de vida.
Veme ahora aquí restituir
en el horror y el desamparo
de los nadies donde ser alguien
para qué o para cuándo
es entrar en el reino de los pájaros, soñar
que nos hay puercos ni hombres que se cansen de gritar
su confidencia en la vidriera de un dios
que a nadie reconoce.
Mi corazón leal,
prófugo y abierto a los sonidos ondulantes,
busca un sitio de cálidos contrastes
donde poder gritar
entre las gruesas costras de su sangre.
Mi corazón, pequeño cáliz abierto al precipicio
en las letrinas grávidas de amor y azul celeste.
En su estrechez de amar mi corazón adusto
se estremece, da un vuelco a su ambición
tan desmedida
y cae parcial, vertiginoso,
en la dura sal que asedia a los vencidos.
Forrest Gander's English translation of "Dylan and the Whales: 8" is featured in Issue 153, now available in print and as an e-book.
